LA COFRADÍA DEL SANTO ROSTRO
Una de las preguntas que quizás yo me haya repetido a mí mismo con más insistencia en los ya muchos años que llevo inmerso en el apasionante mundo de la
investigación histórica sobre todo lo concerniente a la ciudad de Jaén es ¿por qué ha perdido la reliquia del Santo Rostro todo el protagonismo de la Semana Santa giennense cuando por los siglos fue su único y singular eje? La verdad es que no he encontrado respuesta alguna que me satisfaga del todo, aunque es posible que la desaparición de la Cofradía del Santo Rostro -sobre todo después de la refundación del presente siglo- pueda haber tenido cierta importancia para llegarse a tan poco deseable extremo.En su origen tal Cofradía estaba íntimamente ligada a los extraordinarios esfuerzos económicos que realizaba el Cabildo catedralicio para levantar la catedral renacentista, apenas iniciada, pues la gótica que le precedió llevaba interrumpida en su construcción casi un siglo y la obra levantada era todavía muy escasa. Como quiera que la contemplación y adoración de la reliquia del Santo Rostro cada Viernes Santo concentraba en Jaén miles de peregrinos procedentes de toda España e incluso del extranjero, el por entonces obispo de la diócesis giennense don Esteban Gabriel Merino (1523-1535) solicitó y obtuvo autorización del Papa Clemente VII en 1529 “para instituir, nombrar y ordenar una sociedad o cofradía de veinte mil hombres y veinte mil mujeres honestas; todos y cada uno de los cuales, así hombres como mujeres, después que fueren recibidos e inscritos en dicha asociación y contribuyeran con un real de plata o su
valor aplicándolo a la expresada edificación y reparación de la misma Iglesia, aunque no la visitaren personalmente, puedan gozar y gocen de todas y cada una de las facultades, privilegios, gracias e indulgencias, salvo plenarias, concedidas y confirmadas a las Basílicas de San Juan de Letrán y del Espíritu Santo de Roma, y a los cofrades de ellas, según y como las gozan y alcanzan de presente y las gozarán y alcanzarán de futuro los mismos cofrades de estas basílicas, sin diferencia alguna.”Conviene aclarar por tanto que la Cofradía del Santo Rostro era ciertamente peculiar y se apartaba un tanto de lo que hasta entonces por aquí se entendía como cofradía, pues únicamente se buscaba el real de plata de cada cofrade el día de su inscripción -y ello sin que tuviera que estar siquiera presente en Jaén- para invertirlo en las costosas obras y no se haría actividad alguna después, ni cabildos, ni reuniones, ni junta de gobierno, ni cuotas anuales, ni fiestas religiosas propias, etc. Quedaba meridianamente claro que el culto al Santo Rostro era responsabilidad exclusiva del Cabildo eclesiástico y en ello no podría interferir de forma alguna la nueva Cofradía, que en definitiva se limitaría a inscribir cofrades lo dos días del año en que los fieles y peregrinos eran bendecidos con la Santa Faz -Viernes Santo y día de la Asunción-, recibir el real de plata y entregarles, a cambio, la patente o título de cofrade.
El Viernes Santo
de 1530 -primero desde que llegara la bula pontificia a Jaén- se puso en marcha
el registro de cofrades, inscribiéndose en tal día nada menos que novecientos
noventa y dos.
Mediado el pasado siglo XIX la Cofradía desapareció de hecho, hasta que un reducido pero selecto grupo de personalidades giennenses encabezados por el Obispo Rey Lemos (1917-1920) se empeñaron en reorganizarla. A tales efectos redactaron unos estatutos bastante escuetos -29 artículos- que consiguieron ver aprobados el 31 de mayo de 1921, ya por el obispo Basulto Jiménez (1920-1936). La diferencia básica con tiempos anteriores fue que la nueva cofradía si funcionaría como otra cualquiera, o sea con una junta de gobierno y teniendo como fin primordial -que no único- el
impulsar el culto y devoción al Santo Rostro. Los alcaldes Cuenca Arévalo y Cabezudo formaban parte de aquella primera junta, en la cual igualmente figuraban el cronista Alfredo Cazabán y el político virgilio Anguita como gobernador, todos bajo la dirección espiritual del deán Sánchez de la Nieta.La Cofradía
como cuerpo asistía a la procesión del Corpus Christi, portando incluso un
estandarte que se estrenó en la de 1924, en cuyo centro figuraba una pintura
del afamado profesor don José Nogué. A punto estuvo también de conseguirse que
la preciada reliquia del Santo Rostro saliese por las calles en procesión el
Viernes Santo, pero la proclamación de la República y la posterior guerra civil
acabó con todas las expectativas. En vano intentó evitar su nueva desaparición
su último gobernador, don Luis González López. La verdad es que desde entonces
hasta hoy ha sido prácticamente continuas las gestiones encaminadas a su
renacimiento, pero cuando parece que la ansiada meta comienza a vislumbrarse
poco a poco decrece el entusiasmo refundador y vuelta a comenzar al cabo de un
tiempo.
Si desde mediado el siglo XIV hasta 1936 la venerada reliquia giennense del Santo Rostro fue la principal protagonista de la Semana Santa; si las miles de procesiones rememorando la Pasión de Cristo que han sido en los casi seiscientos años que comprenden ambas fechas, ha hecho inexcusable estación en nuestro primer templo para adorar la Santa Faz; si aquí
conservamos una de las escasas reliquias de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor según piadosa y a la vez hermosa tradición cristiana ¿cómo es posible que podamos contribuir con nuestra indiferencia a tal perseveración en el olvido? Además, aunque resultase deseable, hoy no sería necesario para recuperar el protagonismo del Santo Rostro otra refundación de su vieja Cofradía, pues perfectamente podría figurar, como mínimo, en cualquiera de los dos desfiles procesionales de nuestras cofradías de Pasión que tienen su sede canónica en la Santa Iglesia Catedral. A mí se me pone el vello de punta solamente de pensar en la posibilidad de rezar un simple Padrenuestro al paso anual por nuestras calles del Santo Rostro, portando sobre las impresionantes andas renacentistas de plata de San Eufrasio, las mismas que han soportado su liviano pesos en las hasta ahora escasísimas procesiones extraordinarias de la sagrada reliquia que han conocido los siglos de Jaén.