LA MATRACA DE LA CATEDRAL DE JAÉN
Retomamos nuevamente la sección “Cucharillas-cucharones” haciendo referencia a un elemento que se encuentra en nuestro primer templo diocesano, la Catedral de la Asunción de María, ligado antaño a la celebración de la Semana Santa y sus cultos del Triduo Pascual.
Nos vamos a referir en esta ocasión a
la “matraca”, quizás desconocida para muchos que nos escucháis.
La catedral de Jaén todavía tiene la suya.
Es la matraca una rueda de tablas en forma de aspa de las que colgaban mazos
que al girar producían un ruido grande y desapacible. Hasta hace poco se
utilizaban en iglesias y conventos, típicamente en semana santa.
Se encuentra en la torre norte, en el
cuerpo octogonal, en un vano mirando a la plaza de San Francisco. De más de dos
metros de diámetro y cuatro brazos huecos, donde retumban los martillos
metálicos cuando se la gira. Cada uno de los brazos mide desde el eje hasta el
extremo 106 cm; la caja mide 25 x 30 y los martillos 33 cm.
Era usada en las iglesias para llamar
a los fieles a los Oficios durante los días de la Semana Santa en que no se
tocaban las campañas, así como los religiosos para hacer señal del comienzo de
maitines, o asistir a las horas del Cabildo catedralicio.
El primer día que se utilizaba era el Miércoles Santo, en los Oficios de tinieblas, para significar
el simulacro del terremoto al finalizar el rezo de los salmos. Es la expresión del temblor de tierra cuyo sonido fue escuchado por las santas mujeres cuando iban camino del sepulcro en la madrugada del Domingo de Resurrección.Al estar prohibido el uso de las
campanas tanto el Jueves como el Viernes Santo, la explicación del uso de la
matraca era sencillo. Es el reflejo inmediato del duelo que vive la Iglesia por
la muerte del Señor. Los rituales ponen su énfasis en los dos misterios
principales: en primer lugar, el Sábado Santo, que justifica este silencio
riguroso: honrar y venerar la bajada del alma de Jesuscristo a los infiernos; y
en segundo lugar, como dice San Pablo: “El descanso de su adorable cuerpo en el
sepulcro”.
En los Oficios del Jueves Santo, las
campanillas cesaban de tocarse al finalizar “el Gloria”, que, ininterrumpidamente,
no cesaba de tocar. En el “Santo” ya se hacía oír la matraca así como en la Consagración,
y volvía a sonar al llevar al Señor al Monumento.
Igualmente se hacía sonar en los
Oficios del Viernes Santo y al comenzar el sermón de las Siete Palabras de
Jesús en la Cruz, que se hacía al finalizar el coro del Cabildo y terminando de
salir Nuestro Padre Jesús de hacer Estación en la Catedral. También se tocaba
al realizarse la bendición del Santo Rostro desde los balcones interiores y exteriores
de la Catedral.
Citaba don Rafael Ortega Sagrista una antigua tradición perdida relacionada con la matraca.
En sus "Escenas y Costumbres Populares de Jaén" narra como extendida por el mundo y arraigada en Jaén, se perpetuaba la costumbre que en Florencia estableció la santa, Maria Magdalena de Pazzi. Según promesa que hiciera Jesucristo a la santa, cualquiera que fijara su atención en Cristo a la hora en que expiró obtendría gracias del cielo. De este modo, todos los viernes de cada año y a las tres de la tarde, una de las campanas de la catedral era tocada treinta y tres veces. Treinta y tres campanadas, tantas como la edad de Cristo. En Jaén, cita Ortega Sagrista, aquella invocación invitaba a fijar la atención en Cristo rezando el credo. Era el toque de los Credos.Solo dejaban de tocarse, los treinta
y tres toques de las tres de la tarde de los viernes, el Viernes Santo.
Enmudeciendo la campana sonaba en su lugar la matraca. Cita Ortega Sagrista que
dando la matraca se convocaba al sermón de las Siete Palabras predicado desde
el púlpito, junto al Cristo de la Buena Muerte.
La matraca, establecía desde la
antigüedad un paralelismo entre la cruz y la muerte de Cristo. Llamada desde el
año 605 y, antes de existir las campanas, la "ligna sacra" era usada
en Semana Santa, invocando con gran ruido la rompida de la hora.
Con el tiempo su uso tuvo
connotaciones menos “elevadas” pero no por ello tristes, sobre todo en las
provincias por donde paso la guerra civil, y su uso, sustituyendo a las
desaparecidas campanas, evocaba el sonido de la pobreza y la muerte.