EL FINAL DE UN MAL SUEÑO

 


Eran casi las diez de la noche del 17 de febrero de 1940 cuando los giennenses se sorprendieron en buena medida por el repentino repiqueteo que el total de las campanas por entonces existentes entonaron rasgando el hondo silencio de aquella noche invernal.

Quizás conviniese aclarar que “totas” las campanas a las que me refiero no eran en verdad muchas, pues se reducían de hecho a un par de ellas en la torre de la catedral, la de San Andrés y alguna otra recién fundida y montada nuevamente en su privilegiada atalaya sobre la ciudad, pues la barbarie iconoclasta y antirreligiosa vivida aquí entre 1936 y 1939 había acabado, entre otras cosas, con la práctica totalidad de la otrora tan numerosas como alegres campañas que desde la catedral, iglesias, conventos y ermitas salpicaban generosamente nuestro caserío urbano.

En un principio tan desusado clamoreo alarma al vecindario, pues casi todos pensaban en un importante incendio o en cualquier otra catástrofe, ya que desde siglos atrás tales incidencias, temidas en grado sumo, eran anunciadas de tal manera a través de las campanas.

Pero aquella noche la prevención y la preocupación o incluso el sobresalto inicial bien pronto se transformaron en una incontenible explosión de alegría popular, pues con velocidad ciertamente vertiginosa se propagó la noticia que el propio campanero de la catedral se encargaba de vociferar desde la torre del reloj: ¡¡Ha aparecido el Santo Rostro!! ¡¡Ha aparecido el Santo Rostro!!

Realmente la noticia, afortunadamente verídica, había sido comunicada un par de horas antes telefónicamente por el subsecretario de la Presidencia del Gobierno, don Valentín Galarza,

al gobernador civil de la provincia don Francisco Rodríguez Acosta. Detalles de la recuperación no se conocía absolutamente ninguno, e incluso en aquellos primeros días después del afortunado 17 de febrero aquí se daba por descontado que el impresionante marco de oro y piedras preciosas habría desaparecido o al menos expoliado de los brillantes y esmeraldas más valiosos, pero todo lo daban aquellos giennenses por bueno comparado con la alegría que suponía la salvación de aquella preciada reliquia de la Pasión y Muerte de Jesucristo, que incluso había dado nombre a las tierras de Jaén desde seis siglos atrás.

La buena nueva fue puesta oficialmente en conocimiento del vecindario ante los micrófonos de Radio Jaén minutos antes de las diez de la noche por el gobernador civil antes citado y de ahí el casi inmediato repicar de campanas por la capital, pues de otra forma a tales horas de la noche, en invierno y en unos tiempos en los que solamente unos pocos privilegiados disponían de aparatos de radio, pocos giennenses hubieran conocido tan prontamente la buena y excepcional noticia.

Acaban de dar las once de la misma noche, apenas por tanto una hora después de comenzado el canto gozoso de las campanas cuando una vibrante y no menos emocionante manifestación espontánea recorría las calles céntricas de la ciudad encabezada por la Banda Municipal de Música, en ella, según apuntaba el cronista “figuraban millares de personas de toda

clase y condición, autoridades, eclesiásticos, catedráticos, funcionarios, militantes de la Piedad y de la Fe, elementos ardorosos y bravos de la Falange, vecindario sobrecogido de sana y extraordinaria emoción… la música, los himnos patrióticos, el repetido clamo que levantaba a los durmientes de sus lechos… todo, en fin, lo que llenaba el corazón de la vieja ciudad de amor inextinguible por su preciada Reliquia se daba cita aquella noche para expresar con voces de ¡Aleluya! La magnificencia del Señor”.

Pasados algunos días se conocieron ciertos detalles acerca de la casi milagrosa recuperación del Santo Rostro, que había salido de Jaén en los últimos días de 1936 junto con otras piezas altamente apreciables del tesoro artístico local. Resultó que la policía francesa había incautado catorce baúles depositados en un sórdido garaje de Villejuif-Bicetree, pequeña villa de los alrededores de París, después de detener al matrimonio francés propietario del inmueble y a un ciudadano búlgaro allí también hospedado. Tales personajes dijeron desconocer a los españoles que meses atrás dejaron allí depositados tales bultos. La policía procedió a su apertura en presencia de funcionarios de la embajada española, descubriéndose en uno de ellos la Santa Faz dentro de su marco de oro y pedrería, aunque con el cristal protector astillado; a su lado un gigantesco lingote de plata apresuradamente fundido con objetos procedentes de la rapiña, pues a

simple vista veíanse asomar púas de tenedores, rabos de cucharillas y otros variados objetos. En los demás contenedores se amontonaban piezas de altísimo valor económico mezcladas con humildes rosarios y simples abalorios o fabulosos collares de perlas rodeados de cientos de monedas de oro de incalculable valor junto con dentaduras, también de oro, o vulgares cacharros de cobre que por su brillo habían sido confundidos con oro, lo que a todas luces proclamaba que tan impresionante botín era producto de un vulgar y despreciable saqueo acumulado por personas inexpertas en el conocimiento de tales riquezas y obras de arte.

Antes de sustanciarse la devolución a España de tal tesoro, el embajador de nuestro país en Francis, don José Félix de Lequerica, siguiendo precisas y terminantes órdenes del propio Caudillo en persona, solicitó y obtuvo de las autoridades francesas el que fuese inmediatamente repatriado el Santo Rostro de Cristo. Pero sobre tal vuelta a Jaén versará, si Dios quiere, mi próxima colaboración sobre las Noticias del Santo Rostro.

 

Isidoro Lara Martín-Portugués

Cronista de la Agrupación de Cofradías y Hermandades de la Ciudad de Jaén, año 1996. (Extraído de la publicación Pasión y Gloria núm.5 que edita dicha Agrupación de Cofradías y Hermandades)

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